Hubo un tiempo en el que los domingos estaban hechos para no salir de la cama. Con la ventana abierta, nos llegaba el ruido de la calle, la gente, el tráfico de los coches. No se, quizá no prestaba demasiada atención a lo que ocurría allí afuera. Supongo que porque para mi en ese momento solo estábamos tú y yo. Ajenos al mundo. Con cara de recién levantados, despeinados, sonriendo. Tal vez eran esas sonrisas de tontos lo que nos delataba. Y es que te juro que cada vez que nos mirábamos estaba segura de que solo existíamos tú y yo. Y es curioso porque no pensé que todo esas fantasías que estaba acostumbrada a leer, esas historias de película, nunca imaginé que escondieran algo de verdad. La verdad que veía en esos mismos ojos, los tuyos, cuando me miraban. Pero como todas esas historias fantasiosas, todo lo que un día me dio la esperanza de haber conseguido construir algo que pensé que ni existía, acabó quedándose en un cuento con final. Y no feliz precisamente, aunque siempre he opinado que no hay finales felices, porque un final, ya en si, es triste solo por el hecho de que termina algo. Hablo del nuestro al menos. Tardé tanto tiempo en admitir que había acabado. Supongo que pensé que diciendolo en alto se convertiría en algo real, ignorando que ya era un hecho. Tú te habías ido, y los domingos siguieron estando hechos para no salir de la cama, pero con el lado izquierdo vacío no era lo mismo. No es lo mismo. Y últimamente paso tanto tiempo mirándo por la ventana, observando a la gente que camina una tarde cualquiera de domingo. Y te busco entre todos ellos. Pero no apareces. Y ya no queda nada de las sonrisas de tontos, ya no quedan nada de esos días en los que tú y yo no pertenecíamos al mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario